Isidro Belver Rubira, un guardián de la historia de nuestra provincia

Isidro Belver Rubira sabe apreciar el tiempo y busca resguardar la historia y la cultura que, junto con el paisaje, caracterizan a la zona norte. Este hombre, que el 21 de abril cumple 80 años, supo ser sacerdote y acompañar al obispo Jaime Francisco De Nevares por pueblos y parajes del interior profundo de la provincia.
Así, nació su amor por las costumbres y la identidad neuquinas. A lo largo de su recorrido, se transformó en investigador y desarrolló la página Neuteca – Biblioteca Patrimonial Alto del Neuquén (https://sites.google.com/site/neuteca200/home) que puede visitarse en línea. Sus trabajos, junto a Héctor Alegría, fueron declarados de Interés Cultural y Turístico Provincial hace unos años.
En primera persona: ¿Quién es Isidro Belver?
Soy español de nacimiento, me trajeron a los cinco años desde Almería, en el sur de España, por la mala situación después de la guerra. Mi padre ya había venido antes y nos pudo enviar los pasajes en barco para que pudiéramos viajar al país, a la “Argentina soñada”. Como decía mi abuelo “donde los perros se atan con longaniza” (se ríe), para indicar que era una tierra llena de futuro.
La llegada al país, fue directamente a Cutral Co, en 1952. Era un asentamiento de los que trabajaban en YPF, que era la suerte que todo el mundo buscaba, la de tener trabajo.
Estudié en Cutral Co y seguí mis estudios en Fortín Mercedes (Provincia de Buenos Aires), internado en el Colegio de los Salesianos con la vocación de sacerdote, donde pasé casi diez años. Allí terminé el básico, volví a Cutral Co e hice el cuarto año de magisterio en Zapala. Y en el quinto año me recibí de maestro en otra localidad de la provincia de Buenos Aires.
Decidí seguir en el seminario. Estuve dos años en filosofía en el seminario de La Plata y tres años de teología en el seminario de Córdoba, hasta que De Nevares me ordenó sacerdote en 1971. Ahí me dediqué a estar en el obispado, acompañándolo. Y luego salí hacia el ámbito rural: Piedra del Águila, El Malleo, Junín de los Andes y Las Lajas. Finalmente, el obispo me destinó a Andacollo como sacerdote misionero de todo el norte, ya que los salesianos no tenían gente y estaban solamente en la parroquia de Chos Malal.
¿Cómo se interesó en la historia y la cultura?
Ahí estuve diez años muy ricos y fecundos. Fue la base para ir enamorándome cada vez más de este norte neuquino. Conocí su cultura, la historia de sus dichos y sus formas. Eso no podía quedar en el olvido y, desde que llegué, comencé a escribir. Mis primeros escritos son de 1972, año en el que siendo sacerdote pude ejercer en la secundaria como maestro suplente.
Con los primeros chicos de quinto año comenzamos a estudiar lo que llamamos toponimia del departamento Minas; es decir, buscar nombres, origen, significado y todos los detalles que pueda haber.
Pasaron los años y no le encontraba sentido a lo que estaba haciendo y decidí dejar el sacerdocio, pero no irme de la zona. Me quedé en Andacollo y luego vine a Huinganco a trabajar en la forestación con el intendente Rogelio Figueroa y en distintos proyectos. Conocí a mi compañera, Yolanda Esther Fuentes, con la cual tenemos dos hijos. Estamos juntos desde 1981 compartiendo las experiencias de la vida.
Me dediqué a la docencia en Huinganco y Andacollo; en Carri Lil estuvimos un año y también como maestro organizador de la escuela de Charra Ruca, la primera forestal y de jornada completa. De este paso por las escuelas, más que enseñar, fui aprendiendo y dándole forma a los escritos en los tiempos libres.
Posteriormente, dejé la docencia y fui convocado para el cargo de presidente del Consejo Provincial de Educación, donde estuve un año, viviendo una hermosa experiencia de trabajo. Volví a mi tierra en Huinganco y seguí sin abandonar el trabajo con la comunidad. Me dediqué a la parte forestal y productiva, a la piscicultura y a la fabricación de dulces.
Mi preocupación como maestro siempre fue que en Neuquén no se tenía manuales, libros y escritos que relataran la historia. Estaban los libros de Gregorio Álvarez, pero solo alcanzaron para una primera edición en las escuelas.
Fui descubriendo, a través de los libros de Álvarez y de otros autores, sobre todo de la colección Fortines del Desierto de Carlos Raone, que Neuquén tenía una historia olvidada -a veces despreciada-, que había que hacer conocer. Así fue que empecé.
¿Cómo fue el principio?
En una escuela de Andacollo donde no había elementos, libros ni profesora. Lo curioso era que había dos idiomas: inglés y francés. La directora me propuso dar clase y le dije que no, ¿cómo iba a dar francés? Me respondió que “si no era así, perderíamos las horas”. Y bueno, agarré francés. Conocía del idioma, daba los primeros saludos en esa lengua y después me ponía a hablar de toponimia neuquina.
Entonces, una hora a la semana de la materia, nos pusimos a averiguar los nombres conocidos por ellos y sus significados. Tan lindo fue que le fuimos sumando cuentos y leyendas. A estos escritos los llamé Malal Meulén, que quiere decir “la querencia del viento por la cordillera”. Después, a través de una amiga conseguimos que la fundación del Banco Provincia del Neuquén hiciera copias para repartir en las escuelas.
Luego nos abocamos a la toponimia y al turismo, y llegamos a la conclusión que acá había maravillas desconocidas. Habían sido descriptas antiguamente, pero habían quedado en el olvido porque nadie más se preocupó en seguir el trabajo del doctor Álvarez. Además, el doctor Gorgni, un gran amigo, me metió de lleno en el trabajo de los petroglifos de Colomichicó. Él enviaba a tomar fotos y hacía su trabajo de recopilación. Fue uno de los primeros trabajos que se hicieron de Colomichicó, y después vino la Universidad y Cultura de provincia. Y no me quiero olvidar de la gastronomía: el ñaco como comida típica, histórico alimento de los primeros exploradores y crianceros. Ese fue mi primer libro que gané en un concurso provincial en un premio estímulo.
¿Por qué es importante poner en valor la historia del norte neuquino?
Porque es una historia riquísima, superior a la historia conocida y difundida del Neuquén y porque en esta parte comenzó el Neuquén mismo. Desde el nombre, con los primeros exploradores: En 1752 un misionero escribió en su diario por primera vez la palabra Neuquén, fue como el bautismo y desde ahí empezaron todos los historiadores.
La parte misionera fue la primera que describió a la sociedad Pehuenche antigua, así como la de exploraciones espectaculares. Una de ellas fue el viaje de Luis de la Cruz en 1806, para unir a caballo una expedición organizada desde Chile para llegar a Buenos Aires usando el Paso Pichachén. Según ellos, era el punto más corto para unir el Pacífico con el Atlántico.
Eso a uno lo llena de satisfacción, que la historia pasó por acá. Conocer el Pichachén, la ruta que siguió ese hombre y tener su diario a mano, me producía una sensación de orgullo que dije: ¡esto se tiene que conocer! Con los Pincheira pasó exactamente igual y así con un montón de hechos.
Entonces, era una mezcla de satisfacción por encontrar datos que hasta el momento no había y la pena de que éstos se olvidaran. Ahí comenzó mi investigación y mi cariño por la historia del norte neuquino y a difundirla, por supuesto.
¿Qué espera a futuro?
Que toda esta movida que uno ha hecho junto a artesanos, pintores, cantores, -y en esto cabe decir también el reconocimiento a las cantoras del norte-, pueda estar en las escuelas. Porque no podemos decir que en la Patagonia no hay nada, y que vengan cantores de afuera a cantarle a Neuquén, cuando nosotros tenemos esta gran riqueza.
¿Qué le produce el norte?
La satisfacción de la vida, el hecho de haber encontrado mi lugar con mi compañera y con mis hijos en Huinganco, pero más que todo en la zona.