




Una brisa suave se desliza sobre el lago Aluminé, quieto como un espejo. La escena parece suspendida en el tiempo, hasta que una guitarra rompe el silencio con los primeros acordes de un loncomeo.
Desde la orilla, una voz profunda entona versos escritos décadas atrás: “los pehuenes con la vida volverán, nguilleo con la vida volverá, ñi newen con la vida volverá”. Es Traful Berbel quien canta. La canción se llama Lluvia de Piñones, fue escrita por su abuelo Marcelo Berbel en 1998, pero recién ahora suena por primera vez. La música es nueva, pero la emoción es ancestral.
Traful Berbel, nieto del legendario poeta y músico patagónico Marcelo Berbel, es hoy uno de los principales herederos del legado sonoro de la Patagonia. Músico, compositor, docente, productor y gestor cultural, encontró desde joven en la obra de su abuelo no sólo una fuente de inspiración, sino también una misión: traer a la vida las más de mil letras que Marcelo dejó escritas, muchas de ellas sin música.
Hasta hoy, Traful ha compuesto 65 nuevas canciones a partir de ese material inédito, y las canta en patios, escuelas, escenarios y radios, como un acto de amor y compromiso con su tierra.
“Soy un privilegiado de poder componer junto a mi abuelo”, dice, y en su voz no hay artificio. En su casa, en el barrio La Sirena de Neuquén —la misma donde vivió Marcelo Berbel—, todavía se sienta a escribir en la mesa grande del comedor, rodeado de guitarras y recuerdos. Allí, entre mates, versos y acordes, continúa una obra familiar que es también patrimonio cultural de todo el sur argentino.
Desde la infancia, la música fue parte inseparable de su vida. Entre las guitarras que dejaban los tíos en el living y las voces que se alzaban en los ensayos de su madre, Marité Berbel, Traful absorbía la magia del folklore como quien respira. A los siete años ya recitaba coplas en actos escolares, y a los nueve, un profesor supo ver el talento innato que se escondía tras su tímida sonrisa. Aprendió flauta, guitarra, armónica y piano, y fundó más tarde el Estudio Musical Los Berbel, donde hoy enseña y produce.
Pero no todo fue espontáneo. Cuando Marcelo Berbel falleció, Traful tenía 14 años. Fue un golpe que marcó un antes y un después. La banda de su madre se disolvió, pero algo nuevo empezó: Marité lo invitó a sumarse a su grupo y, con solo 15 años, debutó en vivo en la Televisión Pública. Fue el inicio de una carrera donde la sangre, la identidad y la música se mezclaron para siempre.
“Cuando canto a dúo con mi vieja, siento que están todos ahí: mi abuelo, mis tíos. Hay algo muy fuerte que se activa, algo espiritual”, cuenta. Y tal vez ese sea el motor que lo empuja a seguir recuperando las letras del abuelo, a registrarlas, a darles voz, ritmo y cuerpo. Como cuando encontró Purrán, una milonga en el cuaderno de Marcelo que él transformó en loncomeo, con una fluidez que solo puede tener lo que nace desde lo profundo.
La obra de los Berbel no es sólo musical: es una declaración de principios. Cantarle a la Patagonia, a sus pueblos, a su lengua, a sus dolores y sus luchas, es un acto de resistencia y de amor. Por eso, para Traful, el objetivo va mucho más allá del arte. “Quiero completar el trabajo de mi abuelo. Que queden todas sus canciones musicalizadas. Lo hago por compromiso con mi pueblo, por amor a Neuquén y por placer”.
Y esa misión no se detiene. Además de su labor artística, impulsó propuestas como el Día de la Identidad Neuquina, que institucionalizó el 19 de abril —fecha del nacimiento de Marcelo Berbel— como un día para celebrar la cultura provincial.
“Recorro la provincia desde siempre, porque como músico escuchás los problemas reales de la gente”, explicó en una entrevista reciente. Y se nota. Traful habla con conocimiento del territorio, desde los parajes del norte neuquino hasta las costas liberadas del río Limay. Reconoce la diversidad de su provincia, su riqueza cultural, y la necesidad urgente de crear espacios donde la música patagónica pueda sonar, crecer y ser celebrada.
Su madre, Marité, lo define con emoción: “Hereda la porfía de los Berbel. La resiliencia. Y también esa manera de tocar la guitarra, de llevar el bigote, de amar lo sencillo. Y, sobre todo, de amar a Neuquén por sobre todas las cosas”.
Hay un hilo invisible que une a las generaciones de esta familia con la tierra que habitan y cantan. Es el hilo del canto, como lo definía Atahualpa Yupanqui. El destino de quienes eligen transformar en música las raíces de un pueblo.
Traful Berbel no solo lleva un apellido ilustre. Lleva también la certeza de una historia que no termina, que se escribe con cada canción, que se canta con cada niño que aprende un ritmo nuevo, que se escucha en las escuelas, en las radios, en las guitarras que suenan junto al viento.
“La Patagonia no sólo se recorre con los pies —dice Traful—. Se recorre también con el alma y la memoria”. Él lo sabe bien. Porque la recorre cada día, nota a nota. Como quien camina de la mano de su abuelo, aún cuando ya no está.