Me dijeron –en realidad, me advirtieron- que era un ser oscuro de pasado tenebroso, una persona deleznable, abominable, sin sentimiento alguno ni humanidad, de esos espíritus malignos que llegan a tu vida para hacerla quebrar en mil astillas y luego huir en forma silenciosa en busca de una nueva presa.
Admito que su mensaje de whatsapp me llenó más de dudas que certezas. ¿Qué buscaba ese hombre de dudosa reputación intentando hurgar en un alma destruida como yo, golpeada por la vida sin respiro, sufriendo día por un amor no correspondido?
En principio tuve miedo, luego desconfianza, y finalmente la curiosidad me llevó a entablar una amistad a través del celular, pues nunca lo vi personalmente, y por ahora prefiero que así sea, porque un ser de esas naturalezas es capaz de mover mis fibras más íntimas.
Un día, inmersa en mi soledad, le escribí, venciendo mis temores y dudas, le pregunté cómo estaba.
Me encontré con un niño en el cuerpo de un adulto, que confesó que no tenía sentido la vida para él, que estaba preso de una inmensa agonía, y que como yo, sigue penando por un corazón que se fue de su lado para ya no volver.
Insólitamente, me vi reflejada en ese Mario perdido en las penumbras de la incertidumbre, como cuando te asomás a un lago y ves tu propia imagen ahí, observándote, estudiándote.
Le di paz, consuelo y acaricié su alma con palabras suaves y dulces, y le llevé alivio a su dolor. Me contó al día siguiente que durmió en paz, y que soy su Angel de la Guarda que lo protege, lo auxilia, lo cuida, lo mima y lo contiene. A la distancia. Por ahora.
Querido diario: Yo conocí al verdadero Mario, aquel que ama, sufre, tiene miedos que lo atormentan y cuyos fantasmas de antaño lo siguen persiguiendo. Nada tengo que temer, porque es incapaz de dañarme. Que los demás digan lo que digan. Yo sola sé la verdad. Y me siento muy feliz por ello.