Perfiles Urbanos
Exclusivo de NOVA

¡Atilio Alarcón canta desde las entrañas neuquinas!

Atilio Alarcón, un gran artista reconocido por la provincia de Neuquén.
Es oriundo del norte neuquino, más precisamente de Chos Malal.
Su música recorre cada rincón del territorio.
Criado en Curaco, rodeado de la inmensidad de la estepa patagónica, su vida y su obra reflejan el espíritu de un Neuquén profundo.

La música tiene la capacidad de dar voz a las historias que de otro modo quedarían en el olvido. En el norte de la provincia del Neuquén, Atilio Alarcón se convirtió en el cronista de una región marcada por la dureza del campo, la solidaridad de sus habitantes y la riqueza de su cultura.

Criado en Curaco, rodeado de la inmensidad de la estepa patagónica, su vida y su obra reflejan el espíritu de un Neuquén profundo, muchas veces invisible para quienes no han vivido en su territorio.

Desde su infancia, Atilio estuvo inmerso en la vida rural, experimentando en carne propia el sacrificio y la belleza de la vida en el campo.

"Toda mi vida me crié en el campo", recuerda. La crianza de animales, el trabajo duro y las enseñanzas transmitidas de generación en generación fueron forjando su identidad. A los 18 años, se vio obligado a aprender habilidades fundamentales para la subsistencia, como asistir el parto de una vaca o encender fuego con leña, experiencias que luego se convertirían en materia prima para sus canciones.

Cada una de sus composiciones encierra una historia. En una de ellas, evoca la lucha por salvar a un ternero recién nacido en una noche gélida, con su hermana como compañera de faena. En otra, rinde homenaje a Chilo, un viejo amigo y compañero de trabajo, a quien le dedicó una canción cuando enfermó de cáncer. "Chilo era un hombre sabio y valiente", cuenta Atilio, destacando la importancia de los lazos forjados en la ruralidad.

A diferencia de otros artistas que interpretan letras ajenas, Atilio Alarcón compone a partir de su propia experiencia y la de su pueblo.

"Mis canciones no son copiadas de otros; son mías y tienen una vivencia real detrás", afirma. En sus versos, retrata la cotidianidad del norte neuquino: la vida de los crianceros, la lucha contra la adversidad climática y económica, la migración forzada por la falta de oportunidades.

Uno de los aspectos que distingue su obra es el rescate de figuras poco visibilizadas, como los domadores. "La mayoría de los cantores hablan de los jinetes de la jineteada, pero no de los domadores", señala. Con su música, reivindica su destreza y valentía, otorgándoles el lugar que merecen en la memoria colectiva.

Nacido en el seno de una familia trabajadora, Atilio fue testigo de transformaciones que marcaron a su comunidad. Su padre, Carlos Alarcón, trabajó en la mina de San Eduardo, una de las principales fuentes de empleo de la región hasta su cierre. La explotación de asfaltita en la mina Santa Teresita llegó a generar hasta 23 transportes diarios de mineral, pero la tragedia de 1951, cuando una explosión de gas metano mató a seis obreros, fue el principio del fin para la actividad.

Con el cierre de la mina, muchas familias emigraron, pero los Alarcón decidieron quedarse, aferrados a la tierra que los había visto crecer. Mantuvieron un boliche de campo y criaron animales para sobrevivir. "En ese tiempo, aprendí a carnear, a hacer trampas para cazar liebres y a valorar la solidaridad entre vecinos", recuerda Atilio. Estas vivencias se convirtieron en las raíces de su identidad como cantor popular.

El camino del cantor

El amor por la música despertó temprano en él, cuando su hermana mayor, al recibir su primer sueldo como docente, le regaló una guitarra. En ese instrumento halló la manera de expresar sus vivencias y las de su gente.

Pero la vida no le dio fácilmente la posibilidad de dedicarse al arte: primero tuvo que criar a sus propios hijos junto a su esposa Neiva, continuar con el trabajo de campo y encontrar en la radio una plataforma para compartir su música.

Desde su espacio en Radio Nacional Chos Malal, sus canciones comenzaron a viajar más allá de las fronteras del norte neuquino. "Gracias a eso me conocieron en otros lugares, porque incluía otras letras, otros reclamos, y de a poco se fueron haciendo realidad mis sueños", recuerda.

Su primer disco llegó después de los 40 años, un hito que demostró que el talento y la pasión no tienen fecha de caducidad. A partir de entonces, grabó cinco producciones más, consolidándose como una de las voces más representativas del folclore neuquino.

Entre sus discos más destacados se encuentran Historias del Campo, Paisajes Neuquinos y Voces del Norte, donde recoge tanto sus propias composiciones como versiones de melodías tradicionales adaptadas a su estilo.

Su repertorio abarca géneros como la cueca, el valsecito, el tango y la milonga, pero dejando las tonadas como patrimonio de las cantoras, en homenaje a su madre Teresa y a tantas mujeres que han mantenido viva la música tradicional.

A pesar de su amplio repertorio, Atilio respetó siempre una tradición que considera sagrada: la de las cantoras. "Las tonadas son patrimonio de las mujeres", afirma, en homenaje a figuras como su madre, Teresita, y tantas otras que han mantenido viva la música tradicional. Su admiración por ellas es un reconocimiento a su rol en la cultura popular, transmitiendo historias y sentimientos a través del canto.

Hoy, ya jubilado, pero con la misma pasión por la música, Alarcón sigue defendiendo la cultura de su región. Su legado es un testimonio de resistencia y amor por el norte neuquino, un canto que seguirá resonando en la memoria de su gente.

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