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Revelando la historia

La revolución de mayo tuvo su capítulo patagónico

La doctora Carla Manara, docente en la Universidad Nacional del Comahue habló sobre la lucha por la independencia en la región.

En diálogo con la doctora Carla Manara, docente en la Universidad Nacional del Comahue, pudimos conocer parte de su trabajo publicado con el nombre de “Contrarrevolución en las fronteras. El liderazgo de los hermanos Pincheira en la guerrilla del sur americano (1818-1832)” (Prohistoria Ediciones – 2021), en cuyas páginas del libro trata hechos que tuvieron lugar en sitios que actualmente forman parte de Neuquén o Río Negro.

Manara es profesora de las materias “Culturas Indígenas Americanas” y “América colonial”, en Neuquén y en sede de Bariloche (CRUB). Además, dicta el seminario de post grado “HIstoria argentina y latinoamericana”, en Especialización en Didáctica de las Ciencias Sociales, en la Facultad de Ciencias de la Educación de la UNCo

Sobre su trabajo nos quedó claro que la revolución de Mayo se vivió también en la Patagonia

Según el trabajo de investigación que realizó la profesora Manara, los acontecimientos de mayo de 1810 también llegaron a las tierras patagónicas, pero a su tiempo, y a su modo, respondiendo a la esencia de aquellas vastas tierras que estaban bajo el control de diversas sociedades indígenas. El clima revolucionario que se vivía en Buenos Aires, en Santiago, así como en las distintas provincias, fue paulatinamente involucrando a otras regiones más alejadas.

La batalla de Maipú en 1818 desató una Guerra a Muerte, justo cuando Bernardo O´Higgins pensó que los realistas estaban finalmente derrotados. Hasta 1832, la guerra fue creciendo e internándose fronteras adentro. En el libro “Contrarrevolución en las fronteras”, la idea no es pensar desde quienes generaron la revolución, sino en sentido inverso, es decir, desde quiénes la rechazaron. En este sentido, verificamos que la revolución tuvo una fuerte resistencia social y étnica, que dio lugar a una contrarrevolución realista, como contracara del proceso independentista.

Los realistas organizaron estratégicamente una guerrilla con decenas de montoneras multiétnicas, integradas por criollos, españoles, mestizos, indígenas y negros. Estas fuerzas estuvieron lideradas sucesivamente por cuatro caudillos, siendo José Antonio Pincheira, mestizo chileno y realista de convicción, el último de ellos. Lo que ocurrió en aquel contexto desafió a todos los protagonistas, sin excepción, a transitar la difícil convivencia entre la tradición y las nuevas ideas. Así, revolucionarios y contrarrevolucionarios se disputaron en grado extremo el control de la situación. La lucha se recrudeció en busca de legitimidades y por la viabilidad de un nuevo modelo. El conflicto era tan inédito como profundo, porque en la realidad se estaba viviendo el desmoronamiento de lo que hasta entonces se tenía por sólido e incuestionable.

La guerra llegó a todos los sectores de la sociedad hispano- criolla e indígena y se instaló en las áreas urbanas, rurales y rápidamente se expandió más allá de las fronteras. Desde las ciudades principales hasta los poblados más alejados y villas de la campiña sufrieron el impacto de la lucha ideológica. En los pequeños detalles de la vida cotidiana se puede observar la tensión social y el desorden político generalizado en la época. Prácticamente no hubo pueblo que pudiera quedar al margen de la violencia, y esto se tradujo en una multiplicidad de situaciones conflictivas,

Ocurrió algo inédito, porque los españoles que nunca habían logrado conquistar las tierras de la Araucanía y de la norpatagonia y de las pampas ahora las convertían en el epicentro del contraataque dirigido a los gobiernos establecidos en Santiago, Cuyo y Buenos Aires. Las versiones oficiales afirmaban que eran básicamente bandidos y criminales que proliferaban en las fronteras. Se argumentaba que estos sujetos marginales recurrían al saqueo al amparo de los indios. Estas imágenes se instalaron en el imaginario colectivo. Sin embargo, la investigación de los hechos muestra algo muy distinto.

Así fue como en las tierras de la Patagonia surgieron enclaves realistas para enfrentar a los liberales y sus aliados. En particular destacamos la aldea de Varvarco, en el actual norte neuquino, como centro estable de las operaciones realistas, con más de 6000 habitantes, en medio de los ricos valles pehuenches. Unos y otros se enfrentaron en una guerra profunda, y se expandió aún más con la división entre unitarios y federales en la década de 1820. Vemos así, una puja letal entre la vieja y contundente maquinaria absolutista y la precaria y desmesurada fuerza emancipadora. La Guerra a Muerte fue el desenlace directo e inédito de la violenta pugna ideológica en los márgenes del imperio español americano.

El clima de anarquía fue generalizado y las condiciones de una guerra tan extrema inclinaron la balanza hacia la causa realista, en gran parte porque la estructura colonial seguía vigente, y en especial, porque los opositores no lograban imponerse. ¿Cómo repercutían en las poblaciones la confrontación política?; ¿Cómo era la vida cotidiana en medio de esa guerra crucial? La vida en todos y en cada uno de los pueblos y tribus nativas se vio alterada por elementos nuevos en coalición con la tradición, sin demasiado tiempo para comprender, cuáles eran los beneficios de soportar situaciones tan dramáticas a diario.

Está claro, que los revolucionarios no podían por entonces, imponerse ante el contraataque del Rey. Tan claro como que el orden absolutista se veía amenazado por movimientos separatistas incisivos. Ambas fuerzas se retroalimentaban, marcando a fuego la transición de la colonia a las repúblicas del sur. Ambas fuerzas buscaban el apoyo de las comunidades indígenas, para que se sumarán con sus recursos humanos, materiales y logísticos.

En conclusión, lo central del proceso revolucionario y posterior independencia en relación con la Patagonia, es que el escenario posrevolucionario ya no es el que siempre se pensó. Hay otra historia que ha estado oculta. En primer lugar, porque las guerras por la independencia de la América hispana no finalizaron en 1824 en los campos de Ayacucho, sino en un alejado espacio cordillerano del norte neuquino. Estas regiones fronterizas de dominio indígena fueron el reaseguro de las montoneras realistas contra el orden liberal, inaugurando un proceso de cambios, y de nuevas convivencias (como lo muestra la aldea en Varvaco), y reacomodamientos políticos. De este modo, las parcialidades nativas y los respectivos lonkos también fueron partícipes de la transición del orden colonial al modelo republicano. Fue un proceso más lento y complejo de lo pensado, con muchos protagonistas que hasta ahora estuvieron invisibilizados, y que efectivamente impuso redefiniciones en el mundo patagónico.

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